sábado, 18 de septiembre de 2010

Cronica de una exposición anunciada.
De pronto Tarzán se encontró en extraña compañía. La célula de propaganda había tomado la enigmática decisión de intentar a golpe de martillo literal las diferencias en una pura querencia por la errata. Nada hacía presagiar que alguien que ha dejado su huella en el Aconcagua decidiera colocarse sobre la calva una peluca rosa e inverosímil, como tampoco esperábamos el delirio de un experto en inundar la ciudad taponando las acequias. Un carro una bombon girando por los predios de los próceres, una trasladista con sábada enigmática, una invitacíon postergada a visitar un cementerio de noche bien surtidos de botellas de vino, la plastilina en sus múltiples metamorfosis hasta derivar en lo leonino, el pelo camp de los Jackson Five, una lista de iniquidades y rarezas sin tino forman parte de algo que hemos aceptado como cúspide de la sensatez. No hay otra urgencia que la de la empanada que se enfría. Alguien debió devorar todas las vegetales justo antes de que una voz imperiosa ("mandona" a su pesar) fuera acompañada por el lanzamiento de cosas en la herencia inagotable del peluchismo. En medio de la vorágine no faltaba el aristotelismo. Cuando creíamos que se había tocado fondo apareció una mujer que con una calma indescriptible vino a proponer una suerte de remake de los sacrificios primordiales, vale decir, un canivalismo del corazon. Tanta cordialidad me abrumó. Recordé que algunas imágenes el día anterior fueron calificadas como "pasteleras". Un esfuerzo más, a la manera de Sade, para ser republicanos. Nunca termina uno de exorcizar la sombra ni puede abandonarnos esa costumbre ridícula de caminar sin pisar ciertas líneas del pavimento. ¿Quién dijo miedo? El reconocimiento de una tapia con un Fito delante nos embarcó en una polémica sobre una bodega que, en realidad, era el aliento de algo local. La palabra "enculados" resultó que era, para unos marginal y obscena mientras que no faltaron quienes revelaron que incluso formaba parte del argot académico. Basta recordar que Mica acechó, ordenador en mano, a una paloma tras un vidio (a la manera duchampiana) y que cuando el tedio se adueñaba de ciertas miradas nos reanimó: "aguanten que ahora viene algo exquisito". Lo inaudito se hizo carne y habitó entre nosotros. En el reflejo especular el otro aparecía meando con la cabeza volteada. No era Perseo ante la Gorgona pero esa inquietud que, ahora, entiendo como apóstrofe me lleva a pensar que no hay más tarea que a aprender a "soportarnos".

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