martes, 14 de septiembre de 2010

pienso la dinámica del taller como un intento de salir del solipsismo, esto es, de la creencia de que lo que uno hace es inevitablemente bueno y digno de toda clase de elogios al ser el fruto "genuino" de un individuo pretendidamente auténtico. No es fácil HACER COSAS JUNTOS y, sin embargo, ese sería el único deseo de un taller que se coloca bajo el signo de la infamia. Me explico a través de otro, concretamente, por medio de las meditaciones de Christian Salmon en torno a Gombrowicz que forman parte del ensayo Tumba de la ficción. Si el hombre no consigue expresar la parte vergonzosa de sí mismo, no es por un tabú o por algún mecanismo de prohibición, de intimidación, sino únicamente por la paradoja gombrowicziana según la cual: "Sólo lo que está dentro de nosotros y ya allanado y debidamente madurado puede formularse sin dificultad: todo lo demás -nuestra inmadurez precisamente- es silencio". ¿Por qué no intentamos convertir lo IN-MADURO en tarea fundamental del taller? En vez de acarrear "lo ya sabido", de repetir clichés o legitimar lo pulido, creo que tendríamos que intentar desentrañar lo indigno, la infamia, aquello que no sabemos ni siquiera que evitamos. No es la cuestión insistente de lo reprimido freudiano sino la búsqueda de aquello que, literalmente, nos avergüenza. Creo que no hay crítica sin indignación. Todo lo demás es pomada y cinismo. Vamos al grano. Por favor.

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