miércoles, 15 de septiembre de 2010

“nulla nessuno in nessun luego mai”.

Fernando Castro Flórez.


[A José Luis Brea, in memoriam].


“El mundo va mal, la pintura es sombría, se diría que casi negra. Formulemos una hipótesis. Supongamos que, por falta de tiempo (el espectáculo o la pintura están siempre “faltos de tiempo”), se proyecta solamente pintar, como el Pintor de Timón de Atenas. Una pintura negra sobre una pintura negra”[1].






El rechazo de la realidad, no el ocaso de las ideologías, habría sido el rasgo característico del posmodernismo que, por ende, es una doctrina que no tiene nada de inocuo. Cuando el tiempo está dislocado[2] y recorremos, desanimados, toda clase de no-lugares se hace, más necesario, que nunca, pensar las posibilidades del arte contemporáneo para ofrecer sitios, esto es, para generar una comunidad aunque sea precaria.


Bruce Nauman, en una de sus notas de proyectos, menciona explícitamente, La prueba de Gödel; ese breve texto se abre recordando los resultados de las investigaciones que emprendió Kurt Gödel en 1930 para probar la consistencia relativa del análisis clásico, lo cual le llevó a la observación de que la verdad matemática no es definible en aritmética[3]. “1931: Sobre las Proposiciones de los Principios Matemáticos y Sistemas Relativos Formalmente Indecidibles. 1) Si un sistema es consistente, entonces es incompleto. 2) (Teorema de la Incompletud de Gödel) implica la imposibilidad de construcción de una máquina computadora equivalente a un cerebro humano”[4]. El teorema de Gödel prueba que siempre es posible idear un sistema de codificación (para sistemas formales lo suficientemente complejos para posibilitar que se haga aritmética en ellos) que permita eliminar la distancia entre enunciado y metaenunciado. El resultado de esta fusión de un metalenguaje con un lenguaje objeto constituye una indecibilidad intrínseca que frustra todo intento de cierre formal. Si tomamos el teorema mismo de Gödel como una metáfora de las metáforas autorreflexivas, ello indicaría que en este momento surge una indecibilidad intrínseca “que no puede ser resuelta dentro del sistema mismo”[5]. Las metáforas autorreflexivas, el pliegue epistemológico, funcionan como encrucijadas o coyunturas, porque la indecibilidad abre caminos que indican nuevos rumbos, en sentido más preciso, agota la esperanza en un progreso del conocimiento. Barthes señaló, precisamente contra una noción armónica del lenguaje, que éste no es nunca transparente, no hay escritura neutra. Las impurezas del cerebro humano son irreductibles al mecanismo, la época cibernética está marcada por el fracaso. La telemática tiende a desarrollar inevitablemente lo que Achille Bonito Oliva ha llamado un “principio de anorexia”, vaporización de la conciencia del objeto para irradiar mejor el dato real como pura información. “El arte todavía confirma asimismo en apariencia el teorema elaborado en 1931 por Kurt Gödel de la “imposibilidad de decidir”, siendo una verdad axiomática y también evidencia indemostrable que no responde a las normas matemáticas de la lógica, objetivamente fundada sobre la demostración, sino a la discontinuidad de la necesidad subjetiva de irrumpir en el equilibrio entrópico del mundo”[6].


“Descentramiento designa así primero la ambigüedad, a oscilación entre identificación simbólica e imaginaria –la indecisión con respecto a dónde está mi verdadera clave, en mi yo “real” o en mi máscara externa, con las posibles implicaciones de que mi máscara simbólica pueda ser “más real” que lo que oculta, que el “rostro verdadero” tras ella”[7]. El descentramiento (en vez de la pantalla cartesiana de la conciencia central que constituye el foco de la subjetividad) es, en cierto sentido, un medio de identificación del vacío. “The time is out of joint. El mundo va mal. Está desgastado pero su desgaste ya no cuenta. Vejez o juventud –ya no se cuenta con él. El mundo tiene más edad que una edad. La medida de su medida nos falta. […] Contra-tiempo. The time is out of joint. Habla teatral, habla de Hamlet ante el teatro del mundo, de la historia y de la política. La época está fuera de quicio. Todo, empezando por el tiempo, desarreglado, injusto o desajustado. El mundo va muy mal, se desgasta a media que envejece, como dice también el Pintor en la apertura de Timón de Atenas (tan del gusto de Marx, por cierto). Ya que se trata del discurso de un pintor, como si hablara de un espectáculo o ante una pintura: “How goes the world? –It wears, sir, as it grows””[8]. En este (des)tiempo el arte es, aunque suene banal, un objeto no identificado.


Como Michel Serres advirtiera en su libro Atlas, tenemos que hallar una nueva definición de un lugar-tránsito, donde se superponen el mapa real y el virtual, en un plegamiento incesante[9]. La subjetividad de la época post-mediático acepta el sedentarismo (a pesar de la movilización general turistica), en una rara fascinación por lo claustrofóbico[10]. En plena globalización (imaginada), todo se juega entre dos temas que son, también, dos términos: forclusión (Verwefung: rechazo, denegación) y exclusión o locked-in syndrom[11]. Nuestra peculiar “psicosis” lleva a que veamos a Bartleby no sólo como el maestro del rechazo sino como la presencia insoportable que nos permite pensar en (la llegada de) otra cosa. Y, sin embargo, lo normal es que tengamos más de lo mismo. Sabemos de sobra que el corazón de la política resulta ser la mercadotecnia y que incluso el arte ha asumido, tras Warhol, todas las tácticas del marketing. No es cierto, en cualquier caso, que los artistas tengan que conseguir, cuanto antes, productos. Aunque nuestra conciencia crítica esté bajo mínimos no podemos aceptar que el arte sea una mercancía perfecta o una mera perogrullada. Tal vez tengamos que poner la ironía en cuarentena e, impulsados a la polémica, emplear el sarcasmo, sin por ello caer en la jerga. Porque si el arte se ha convertido, como le gusta decir a Baudrillard, en un “delito de iniciados” [12], marcado por la retórica del citacionismo, también es capaz, todavía, de ser un sismograma de lo que pasa. En una época marcada por la demolición, con una compulsión voyeurística que ha propiciado el extraño “placer de la catástrofe”, la cultura no puede ser meramente el juego de la “libertad” sino que, valga el tono dogmático, exigimos que afronte los conflictos y produzca lo necesario.


Más allá del tono apocalíptico o de la actitud descaradamente funeraria de ciertas teorías estéticas, lo cierto es que el arte no es, ni mucho menos, cosa del pasado (por emplear una famosa fórmula hegeliana). La expansión de los comportamientos artísticos, la hibridación y reformulación de los lenguajes, tras el dogma “modernista”, obligan a una toma de decisiones poética de carácter local, sin aspirar a ningún metarrelato fundacional. Sabemos, de sobra que fórmulas como “retorno de la pintura” o “globalización” no son solamente abstractas sino que en muchos casos no dan cuenta de otra cosa que la ansiedad de las modas y la necesidad de esquivar lo concreto. En una época donde lo periférico puede interesar mucho más que lo pretendidamente central sigue, a pesar de todo, manifestándose una compulsión mimética, esto es, un deseo de hacer lo que sea para formar parte del clan. Tampoco tendría sentido radicalizar una identidad, cualquiera que esta fuera (étnica, religiosa, territorial) si no es por pura obediencia a ciertas estrategias del marketing que sabe sacar partido del “exotismo”[13].


El discurso apologético de la hibridación y del nomadismo no suele reparar en que el poder mismo se ha vuelto “rizomático”[14]. Acaso el arte contemporáneo pueda ser algo más que el ornamento hiperbólico o la consigna patatera, generando preguntas críticas, ofreciendo otros puntos de vista. De nada serviría que fuera algo “maravilloso” o enigmático, pues todo lo que tiene esas características ingresa, rápidamente, en el olvido. Lo que necesitamos son operaciones metafóricas[15] intensas, tenemos que contar historias que generen sitio. Sabemos lo difícil que es construir una obra que suponga una resistencia crítica en un momento en el que el “discurso” dominante no lleva a ningún sitio[16].


Derrida pensaba que no había “fuera-de-texto” sino que dentro de lo que se llama vida real lo que hay es sencillamente escritura: nunca ha habido otra cosa que suplementos, significaciones sustitutivas que no han podido surgir sino dentro de una cadena de reenvíos diferenciales. Como la traza[17], la obra es rasgo de ausencia, incluso se podría pensar que es la materialización de lo que está fuera de lugar. De nuevo out of joint.


“El gran silencio de las cosas se ha transformado en su opuesto por los medios. Ayer constituido en secreto, lo real en lo sucesivo se pone a parlotear. Por todas partes no hay sino noticias, informaciones, estadísticas y sondeos. Nunca historia alguna ha hablado ni mostrado tanto”[18]. Cuando la misma insatisfacción se ha convertido en una mercancía y el reality show fortifica la voluntad de patetismo, los sujetos consumen, aceleradamente, gatgets y los artistas derivan hacia el bricolage; incluso algunos llegan a incitar a asumir el deliro del mundo de una forma delirante. El arte contemporáneo reinventa la nulidad, la insignificancia, el disparate, pretende la nulidad cuando, acaso, ya el nulo: “Ahora bien la nulidad es una cualidad que no puede ser reivindicada por cualquiera. La insignificancia –la verdadera, el desafío victorioso al sentido, el despojarse de sentido, el arte de la desaparición del sentido- es una cualidad excepcional de unas cuantas obras raras y que nunca aspiran a ella”[19]. Y, sin embargo, el arte consiste, en un sentido radical, en dejar siempre abierta o acaso un poco indecisa la vía del sentido, escapando del dogmatismo tanto como de la insignificancia. Una sociedad del riesgo y de la “desocupación”[20] asume que la verdad ya no formará parte de la Historia sino que debe tener carácter histérico, esto es, se trata de realizar un performance dislocado y aceptar que todos esos traumas se disolverán, con toda celeridad, como si fueran mero humo.


“Nada –apunta con lucidez René Girard- es aceptable si previamente no ha sido rechazado con indignación por el público. Desgraciadamente el público no tarda en entender las reglas del juego; abraza su propia denuncia con un fervor igual al del autor, que ya no sabe qué hacer. Ya ninguna diferencia separa lo escandaloso de lo convencional, a la revuelta más audaz del conformismo más banal”[21]. Sin comentarios.


Husserl advertía en Ideas que si algo es posible, entonces necesariamente hay que tenerlo en cuenta, y esta posibilidad no es un accidente, sino que participa de la esencia de la cosa. Desde la meditación clásica sobre lo sublime hasta la dimensión global del atentado nos atrae la idea del mundo “patas arriba”. Diese zweite übersinnliche Welt ist auf diese Weise die verkehrte Welt. Lo cierto es que, tras la demolición de las certezas y de los Grandes Relatos, lo que tenemos son síntomas mórbidos y, de forma compensatoria o demencial, preferimos lo grotesco a lo épico. No dejamos de hablar de arte conceptual pero, sinceramente, la mayor parte de lo que se genera son inmensas perogrulladas. El radicalismo subvencionado ingresó, con todos los honores, en el Museo y, con un cinismo ejemplar, ha decidido no solo no abandonar sus peroratas “antagonistas” sino editarlas, generar archivos desproporcionados y reclamar toda la atención mediática que su “actitud deconstructiva” merece. La impostura es la forma actual del barroco mundo al revés.


“Las obras importantes se reconocen por la turbación que suscitan en las mentes y ello porque lo que exponen no es la transgresión explícita, obscena, de las prohibiciones y de los tabúes, sino un cambio de percepción, un vuelco de la sensibilidad”[22]. Son aquellas obras que buscan ángulos nuevos para penetrar la realidad y luchan por una nueva jerarquía de los sentidos. Recuerdo ahora el cartel repetido de Ciudadano Kane “¡Prohibido el paso!”, nos advierte de que si seguimos adelante entraremos en un dominio extraño[23].


Resulta difícil pensar qué forma podría tener la comunidad que viene[24], lo que si está claro es que los artistas no están dispuestos a sucumbir al discurso del “desobramiento” ni a ser parte del coro de la decepción. He titulado este texto dislocado con un verso de Entrevista a un suicida de Vittorio Serrín: “nada nadie en ningún lugar jamás”. Pienso que su sentido socava lo que literalmente enuncia o, en todo caso, ha sido necesario escribir eso. A pesar de todo. Porque el resto no es (necesariamente) silencio[25]. Y además, cerrar los ojos no sirve de nada[26].
[1] Jacques Derrida: “Desgastes. (Pintura de un mundo sin edad)” en Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional, Ed. Trotta, Madrid, 1995, p. 92.
[2] “El famoso verso de Hamlet de que el tiempo está “dislocado” debería “reflejarse en sí mismo”, como lo diría Hegel: de la experiencia de cierto periodo de tiempo como “dislocado”, corrompido, anormal, patológico, deberíamos pasar a un descarrilamiento, desequilibrio que corresponde a la forma misma del tiempo: como tal, éste implica un desequilibrio espacial, un universo en donde la cosa está siempre “anhelando (en) su propio lugar”” (Slavoj Zizek: ¡Goza tu síntoma! Jacques Lacan dentro y fuera de Hoollywood, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 2004, p. 86).
[3] Cfr. Hao Wang: Reflexiones sobre Kurt Gödel, Ed. Alianza, Madrid, 1991, p. 370.
[4] Bruce Nauman: “Notas y proyectos” en Creación, n° 5, Instituto de Estética y Teoría de las Artes, Madrid, Mayo de 1992, p. 77.
[5] N. Katherine Hayles: La evolución del caos. El orden dentro del desorden en las ciencias contemporáneas, Ed. Gedisa, Barcelona, 1993, p. 57.
[6] Achille Bonito Oliva: “La ciudad radiante” en La ciudad radiante, Ed. Skira, Bancaja, Valencia, 2003, p. 21.
[7] Slavoj Zizek: El acoso de las fantasías, Ed. Siglo XXI, México, 1999, p. 161.
[8] Jacques Derrida: “Desgastes. (Pintura de un mundo sin edad)” en Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional, Ed. Trotta, Madrid, 1995, p. 91.
[9] “¿Dónde estoy?¿Quién soy?¿Se trata de una misma pregunta que sólo exige una respuesta sobre el ahí? Solo habito en los pliegues, sólo soy pliegues. ¡Es extraño que la embriología haya tomado tan poco de la topología, su ciencia madre o hermana! Desde las fases precoces de mi formación embrionaria, morula, blástula, gastrulla, gérmenes vagos y precisos de hombrecillo, lo que se llama con razón tejido, se pliega, efectivamente, una vez, cien veces, un millón de veces, esas veces que en otros idiomas nuestros vecinos siguen llamando pliegues, se conecta, se desgarra, se perfora, se invagina, como manipulado por un topólogo, para acabar formando el volumen y la masa, lleno y vacío, el intervalo de carne entre la célula minúscula y el entorno mundial, al que se le da mi nombre y cuya mano en este momento, replegada sobre sí misma, dibuja sobre la página volutas y bucles, nudos o pliegues que significan” (Michel Serres: Atlas, Ed. Cátedra, Madrid, 1995, p. 47).
[10] “La disponibilidad general causará una claustrofobia intolerable; el exceso de opciones será experimentado como la imposibilidad de elegir; la comunidad participatoria directa universal excluirá cada vez con más fuerza a aquellos incapacitados de participar. La visión del ciberespacio abriendo la puerta a un futuro de posibilidades infinitas de cambio ilimitado, de nuevos órganos sexuales múltiples, etc., etc., oculta su opuesto exacto: una imposición inaudita de cerrazón radical. Entonces, esto es lo Real que nos espera, y todos los esfuerzos de simbolizar esto real, desde lo utópico (las celebraciones New Age o “deconstruccionistas” del potencial liberador del ciberespacio), hasta lo más oscuramente diatópico (la perspectiva del control total a manos de una red computerizada seudodivina...), son sólo eso, es decir, otros tantos intentos de evitar el verdadero “fin de la historia”, la paradoja de un infinito mucho más sofocante que cualquier confinamiento actual” (Slavoj Zizek: El acoso de las fantasías, Ed. Siglo XXI, México, 1999, p. 167).
[11] “El locked-in syndrom es una rara patología neurológica que se traduce en una parálisis completa, una incapacidad de hablar, pero conservando la facultad del habla y la conciencia y la facultad intelectuales perfectamente intactas. La instauración de la sincronización y del libre intercambio es la comprensión temporal de la interactividad, que interactúa sobre el espacio real de nuestras actividades inmediatas acostumbradas, pero más que nada sobre nuestras mentalidades” (Paul Virilio en diálogo con Sylvère Lotringer: Amanecer crepuscular, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 2003, p. 80).
[12] “El arte se ha vuelto cita, reapropiación, y da la impresión de reanimar indefinidamente sus propias formas. [...] Recuerdo haberme dicho, tras la penúltima Bienal de venecia [1993], que el arte es un complot e incluso un “delito de iniciados”: encierra una iniciática de la nulidad y, sin ser despreciativos, tenemos que reconocer que aquí todo el mundo trabaja con residuos, desechos, bagatelas; todo el mundo reivindica además la banalidad, la insignificancia; todos pretenden no ser ya artistas” (Jean Baudrillard: El complot del arte, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 2006, p. 119). No falta el “malabarismo” justificatorio de todo aquello que, ciertamente, es demencial: “Hay siempre una caterva de ingenuos preparados para escribir la historia de la última idiotez, para solemnizar las estupideces, encontrar significados recónditos en las menudencias, incluir en la enseñanza de todo orden y nivel también las tonterías, pensando que hacen una obra democrática y progresista, que van al encuentro de los jóvenes y de la gente, que hacen realidad el encuentro entre la escuela y la vida” (Mario Perniola: Contra la comunicación, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 2006, p. 32).
[13] Cfr. Nicolas Bourriaud: pp.
[14] “Hasta ahora la crítica artística al capitalismo ha enfatizado ideas tales como la hibridez, el nomadismo, la subversión y la transgresión en contra del poder. La filosofía francesa post-estructuralista, por ejemplo, se opone abierta y vigorosamente al capitalismo y al poder con un crítica estética: el nomadismo en contra de lo sedentarios, el situacionismo en contra de la sociedad del espectáculo, etc. Sin embargo, la crítica estética [en la actualidad] parece estar acoplándose al poder que, en sí mismo, en el “espacio de flujos”, se ha vuelto nómada” (Bulent Diken: “From the City to the Camp, Bare Life and Urban Post-politics” en Arte y Ciudad, Segundo Simposio de Teoría del Arte Contemporáneo (SITAC), México, D.F., 2003, p. 172).
[15] “Las operaciones metafóricas pueden ser leídas como alusiones a lo que no se deja atrapar pro conceptos unívocos, a lo que vivimos, y está en tensión con lo que podríamos vivir, entre lo estructurado y lo desestructurante” (Nestor García Canclini: La globalización imaginada, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1999, p. 58).
[16] “[...] lo más importante que hay que comprender y recordar es que los beneficiarios del caos actual, con sus comentaristas incrustados en los medios, desinforman y conducen a engaño sin cesar. Nunca hay que debatir sus declaraciones ni los términos plagiados que acostumbran a emplear. Hay que rechazarlos y abandonarlos sin reparos. No llevan a nadie a ningún sitio” (John Berger: “Diez notas sobre “el lugar”” en Babelia. EL PAÍS, 16 de Julio del 2005, p. 16).
[17] “El tema de la traza reviste seguramente una importancia crucial en la obra de Derrida. Traza que no es traza de algo sino de lo que no está, que no presenta ni jamás puede presentarse. La traza por ende remite a sí misma en el sentido de que representa el momento de una estructuración que la nada no precede pero a partir del cual algo aparece. ¿De qué manera y en qué sentido este conjunto de remisiones es sin embargo susceptible de constituir un horizonte de sentido entendido como horizonte de carencia?” (Maurizio Ferraris: Jackie Derrida. Retrato de memoria, Ed. Siglo del Hombre, Bogotá, 2007, p. 54).
[18] Michel de Certeau: La invención de lo cotidiano. 1. Artes de hacer, Ed. Universidad Iberoamericana, México, 2000, p. 201.
[19] Jean Baudrillard: “El complot del arte” en Pantalla total, Ed. Anagrama, Barcelona, 2000, pp. 211-212.
[20] “La delincuencia, la guerra, la cultura de masas degradada, las drogas, la violencia, el aburrimiento, el ansia de poder, el ansia de distracción, el ansia del nirvana, el sexismo, el racismo: todos pueden diagnosticarse como sendos resultados de una sociedad incapaz de acomodar la productividad de todos sus ciudadanos” (Fredric Jameson: Arqueologías del futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción, Ed. Akal, Madrid, 2009, p. 183).
[21] René Girard: Shakespeare. Los fuegos de la envidia, Ed. Anagrama, Barcelona, 1995, p. 365.
[22] Christian Salmon: Tumba de la ficción, Ed. Anagrama, Barcelona, 2001, p. 16.
[23] Se puede tratar de una repugnante intrusión excremental: “Ahí reside el sentido del famoso cartel de “¡Prohibido el paso!” al principio y al final de El ciudadano Kane: es muy peligroso entrar en este dominio de la máxima intimidad, donde uno encuentra más de lo que busca y, repentinamente, cuando ya es demasiado tarde para retirarse, uno se encuentra a sí mismo en un reino viscoso y obsceno...” (Slavoj Zizek: El acoso de las fantasías, Ed. Siglo XXI, México, 1999, p. 34).
[24] “[…] la expresión de la comunidad que viene como no regulada por efectos de identidad –ni étnica, ni religiosa, ni cultural, ni por supuesto “nacional” o estatal- sino por efectos estratégicos de coincidencia puntual y movediza- constituye justamente la dimensión política de la tarea a realizar” (José Luis Brea: “Nuevos soportes tecnológicos, nuevas formas artísticas” en La era postmedia. Acción comunicativa, práctica (post)artísticas y dispositivos neomediales, Ed. Centro de Arte de Salamanca, 2001, p. 173).
[25] “Cuando el lenguaje desfallece, el silencio puede ser más expresivo que las palabras” (René Girard: Shakespeare. El fuego de la envidia, Ed. Anagrama, Barcelona, 1995, p. 363).
[26] “Cerrar los ojos no sirve de ayuda, porque “las imágenes, prevenidas, saltaban y llenaban de mis ojos cerrados de existencia: la existencia es una plenitud en la que el hombre nunca puede apartarse. Extrañas imágenes. Representan multitud de cosas. No cosas reales; otras cosas que tienen el aspecto de las cosas reales” (Sartre: Nausea)” (Martin Jay: Ojos abatidos. La denigración de la visión en el pensamiento francés del siglo XX, Ed. Akal, Madrid, 2007, p. 217).

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